El hecho de que Santiago de Cuba, que cumplirá 510 años de fundada como villa, el venidero 25 de julio, se formara entre el mar y las montañas la dotan de una extraña y hermosa combinación y a la vez de un encanto muy especial, influyendo en la idiosincrasia de sus pobladores afables, francos, alegres.
Muchos se afanan en descubrir el misterio de lo real maravilloso santiaguero, y acentúan rasgos que definen al oriundo de esta tierra, al cual la geografía, el clima y la historia han delineado una identidad que resalta con contornos muy firmes en el contexto de la cultura cubana.
Un abrasador calor en el verano sobre sus habitantes también tiene su cuota en esa definición, con una temperatura promedio de 35-36 grados centígrados a la sombra que decide en todas las acciones de la vida.
Otro elemento que ha marcado su identidad es el carácter sísmico de una región cuya inestabilidad del suelo quizás ponga cierto tono de inseguridad en personas que han sentido los quejidos que brotan de la Fosa de Batler, y no se acostumbran a ver temblar sus viviendas y hasta edificaciones más altas.
La sociedad santiaguera ha vivido siempre atrapada entre la libertad que le ofrece el mar y la inmovilidad a que la condenan las montañas; entre el miedo a los temblores, a los ciclones y el calor. De suerte, que cada año, en julio, cuando todo parece a punto de estallar, rompe el carnaval, fiesta emblemática.
El “ajiaco santiaguero” siguió las pautas que el etnólogo, antropólogo, jurista y periodista Fernando Ortiz Fernández observó para toda la cultura cubana, pero aquí incluyó algunos ingredientes específicos que lo distinguen.
Las culturas indígenas asentadas en esta región de Cuba durante miles de años antes del arribo de Diego Velázquez, dejaron su impronta en la toponimia, la dieta, la música y las creencias religiosas locales.
Hasta la Virgen de la Caridad del Cobre pudo tener su primera versión aborigen antes de españolizarse y finalmente amulatarse.
El poblado de El Caney, reserva indígena desde principios del siglo XVII, mantuvo un intenso intercambio cultural con Santiago durante más de 200 años, que aún está por estudiarse.
Se considera que el peso de la cultura indígena es más alto en esta tierra y en todo el oriente que lo que puede apreciarse en el occidente, confirmado con más de 130 sitios arqueológicos y muestras de asentamientos hasta en el reparto Sueño y en el Caso Histórico.
El “ajiaco santiaguero” absorbió el legado extraordinariamente rico de las culturas ibéricas. El núcleo hispano fundacional sentó las bases de una ciudad española que en cuanto pudo se deshizo de las tablas de palma, el guano y el casabe; abierta al mestizaje, pero con una clara voluntad, de no africanizarse ni afrancesarse.Tal naturaleza hispana solo cedió ante el empuje de lo criollo.
Cuando la ciudad recibió en las primeras décadas del siglo XX una gran oleada de inmigrantes hispanos, los acogió con hospitalidad; los bodegueros animaron el comercio, la industria y el transporte; mientras, los vendedores ambulantes gallegos ponían una nota pintoresca en las calles.
La herencia de Santiago es irreversible y apenas si hay alguna zona de su patrimonio material y espiritual donde no esté esa huella.
Hubo predominio de la emigración catalana, con influencia en la música coral, de arraigo aquí, y de cuyas raíces bebieron los maestros locales.
África también hizo un aporte definitivo, desde Juan Cortés, el negro esclavo de Hernán Cortés, hasta los que introdujeron los dueños de hatos, corrales y trapiches; los concesionarios de la mina de cobre de Santiago del Prado y los dueños de plantaciones de café y azúcar.
Este diálogo de casi 358 años, explica la existencia de una significativa población negra y mulata, así como también el aliento africano de su folclor, el carnaval y las religiones populares.
Del Congo llegó un poco de la alegría de vivir del santiaguero, de lo proclive que es a hacer de la existencia una fiesta, herencia que también marca el río de misterio y magia que desde hace siglos circula por las arterias de los barrios del Santiago de Cuba profundo.
Con el tiempo otros ingredientes fueron enriqueciendo el caldo cultural local como los franceses, que modernizaron la ciudad y penetraron en el momento en que estaba en proceso de cristalización la identidad, lo cual hace probable que exista alguna nota francesa en la sinfonía santiaguera.
Su presencia es casi única; ocuparon barrios como Tivolí y desplegaron un papel decisivo en la cultura hasta en la manera de vestir, introdujeron el teatro, influyeron en los modales, en la educación, y en la alimentación.
Otras aristas de la historia local tal vez influyeron en la personalidad del santiaguero: La legendaria imagen de este como valiente luchador, que muchos suponen en las hazañas de la División Cuba, las glorias de la familia Maceo-Grajales o la célebre invasión a occidente.
Ese sentimiento alcanzaría su expresión política con las guerras contra el colonialismo español, de las cuales Santiago de Cuba fue escenario vital y su gente actores protagónicos. La leyenda de la tierra rebelde y heroica continuó alimentándose en la época contemporánea, al ser la ciudad y sus montañas bastiones de la lucha armada y de la libertad.
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